20 de febrero de 2024, era una tarde cálida y tranquila, pero nada hacía presagiar que me enfrentaría al incendio más grande que había visto hasta la fecha, en mi corta trayectoria Bomberil.
En el cuartel, recuerdo que algunos Voluntarios estaban escuchando las comunicaciones radiales y comentando que al parecer el Cuerpo de Bomberos de Quinta Normal se dirigía a un incendio en las bodegas de San Francisco, en comuna de Pudahuel. Los Voluntarios Honorarios, con la experiencia que los caracteriza, avisaron “Quizás nos va a tocar salir a nosotros, no se vayan a sus casas”. Y es así que en cuestión de minutos cayeron los tonos y la Compañía sale despachada.
“Sale BT-18 a 10-12 a Tercer Alarma de Incendio, Laguna Sur/ La Marina” anunciaban los parlantes. Las luces rojas destellaron y el corazón latió con intensidad mientras nos dirigíamos con ocasión de que sería por primera vez que acudo a una tercera alarma de incendio.
Al llegar al lugar, la escena era dantesca, no fue necesario acercarnos mucho al lugar del incendio para lograr divisar una gran columna de fuego que surgía desde el interior del centro de bodegaje.
El BT-18 se convirtió en nuestro refugio móvil mientras nos encomendábamos a nuestra primera misión que fue la de establecer el puesto de abastecimiento secundario para luego posteriormente apoyar a las demás Compañías asistentes en las labores de extinción del fuego.
La primera gran impresión fue que me toco ver una gran cantidad de piezas de Material Mayor de distintos Cuerpos de Bomberos en una misma emergencia, los cuales todos se alineaban de forma conjunta y armónica para extinguir todos el Incendio.
Yo hasta el momento, nunca había presenciado tantos Voluntarios trabajando juntos hacia un mismo objetivo. Como Decimoctava erigimos las piscinas y conectamos una serie de mangueras, que se encargarían de abastecer el sector en el que trabajaríamos dentro de la emergencia. Yo, que aún no logró entender del todo cómo funciona el complejo sistema de abastecimiento, me dispuse a ayudar en lo que necesitaran y a aprender la lógica detrás del entramado de mangueras con la esperanza de poder replicarlo para futuras emergencias.
A la Compañía le tocó enfrentar las llamas en una bodega que albergaba un taller mecánico. El suelo, era un campo negro empapado de aceite de motor caliente y brasas, añadió un desafío adicional al riesgoso trabajo de pitonear con mangueras de 70 milímetros.
Cada paso era gran desafío, producto de que trabajábamos sobre superficie extremadamente resbaladiza. La ferocidad del fuego desafiaba nuestra tenacidad, enfrentándonos a un enemigo implacable que parecía renacer con cada intento de sofocarlo. Cada vez que apagábamos un sector y apartábamos la mirada, las llamas regresaban con una fuerza renovada, desafiándonos a un trabajo intenso y constante. Al ser nuevo, me dejaron ser de los primeros en pitonear y recuerdo una voz que dijo “Intenta ponerte cómodo porque acá tenemos para horas”, no se equivocaba.
Utilizar espuma se convirtió en nuestro aliado, lo que nos permitió apaciguar en gran medida la intensidad del fuego. El blanco de la espuma contrastaba con la oscura realidad que nos rodeaba. Llegados a este punto, mantenerse en pie sin resbalarse resultaba francamente difícil, por lo que salimos del lugar completamente cubiertos de blanco empapados en aceite y espuma, un testimonio tangible de nuestra lucha incansable para extinguir el fuego.
La noche en las bodegas San Francisco fue una sinfonía de intensidad y solidaridad. Fue impresionante, para un Voluntario con menos de 6 meses, ver Voluntarios de diferentes compañías que compartían miradas de complicidad, entendiendo que cada esfuerzo era crucial.
Al alba, con el sol despertando en el horizonte, las llamas cedieron, y nosotros, agotados pero unidos, nos retiramos con la certeza de que aquella noche nuestra Compañía realizo un buen trabajo que aporto a la extinción del fuego.
Comments