NACE EL CUERPO DE CADETES
Omar de la Jara Espinosa tenía apenas 16 años y cursaba ya la carrera de tecnología en plástico en la Universidad Técnica del Estado (UTE), actual Universidad de Santiago (Usach), cuando, el 6 de noviembre de 1971, su hermano Raúl, casi dos años mayor que él, llegó corriendo a pedirle un favor a la casa de ambos en villa Los Castaños. En el cuartel de la ahora flamante 18 Compañía Las Condes del Cuerpo de Bomberos de Santiago, ubicado a solo unas cuadras de ahí, se estaba formando un Cuerpo de Cadetes a petición del capitán Jorge Jiménez Rubio, pero faltaba un integrante para completar la exigencia mínima de diez brigadieres que dicho oficial había puesto para darle curso a la idea.
“Llegó el día de la presentación en la compañía y solo teníamos nueve aspirantes, luego de haber contactado a todos los que creíamos que podían ser aceptados. ¿De dónde saco el que falta?”, recuerda que se preguntó Raúl de la Jara Espinosa, cuyo único deseo era ser bombero. “Entonces fui a la casa, me dirijo donde Omar y le planteo la idea, pero no la acepta. Insisto y su negativa era terminante. Ahí se me ocurrió sugerirle lo siguiente: ‘Omar, por qué no me ayudas con tu presencia solamente para que el capitán apruebe y dé el vamos a la iniciativa. Luego te retiras y no pasa nada. ¿Te parece?’”, le propuso a su hermano, quien solo así, con esa condición, aceptó el trato a regañadientes.
A Raúl de la Jara siempre le había interesado la actividad de los bomberos en su villa, frecuentaba el cuartel de la otrora B3 del Rincón del Manquehue, pero no tenía la edad requerida, 18 años, para ingresar como adulto a la institución, al igual que Víctor Hugo Fernández, quien se encontraba en la misma situación y fue otro de los principales impulsores de la iniciativa, que tuvo además como fundadores a Alberto Ramos, Jorge y Ricardo Moore, Francisco y Eduardo Ruiz, Jaime Plá y Cristian Vásquez Peragallo.
“Fue una reunión cortita, solo para pasar la lista de los diez interesados y nada más. Pero en forma inmediata nos hicieron formar en la sala de máquinas”, cuenta Omar de la Jara. “En ese momento ocurrió una situación que me impresionó por su formalidad. El teniente a cargo nos estaba dando las instrucciones cuando se cruza otro bombero entre él y nosotros, que estábamos formados y éramos un grupo de cabros nomás. El teniente reaccionó muy molesto y le llamó la atención con mucha rudeza al voluntario. Le dijo que tenía que respetar la formación del Cuerpo de Cadetes y que, al interrumpir la ceremonia, le había faltado el respeto tanto a él como a nosotros. Creo que el teniente era Luis Azócar Catenacci”, recuerda.
Pero el asunto no paró ese día 6 de noviembre ya que, en la misma tarde, se juntaron de nuevo los diez jóvenes y, cuando estaban recién conociendo el cuartel, surgió una alarma de fuego de pastizales en calle Talaveras de la Reina. Como uno de los cadetes tenía una camioneta, los muchachos también partieron al llamado, donde los bomberos de la compañía les pasaron cotonas de cuero para que, con ellas, apagaran el fuego de las orillas.
La tarea resultó más complicada de lo esperado para los recién incorporados. “En ese llamado de pasto nos quemamos tres brigadieres. Yo me quemé incluso un costado de la cara, las cejas y el pelo. En ese tiempo usábamos la melena larga, éramos jóvenes y pelucones. Ese accidente me dio rabia y fue el clic de un desafío personal: aquello no podía volver a suceder. Ahí partimos y, al poco andar, yo diría que como en una o dos semanas, los diez cadetes nos trasformamos en 17 inscritos”, recuerda Omar de la Jara, quien no solo se quedó en el grupo, sino que ha permanecido ligado por años a la 18 Compañía, de la que fue su capitán y director.
De izquierda a derecha, junto a la Berliet, Raúl de la Jara, Omar de la Jara, Ricardo Gómez, el primer cuartelero Miguel Catalán, Juan Maltés y Jorge Moore.
El primer capitán del Cuerpo de Cadetes, como se llamó originalmente lo que hoy se conoce como Brigada Juvenil, fue precisamente Raúl de la Jara, quien alcanzó a estar un par de meses en el cargo antes de cumplir los 18 años y entrar en propiedad como voluntario a la compañía, iniciando una larga carrera bomberil que luego le permitió asesorar la formación del Cuerpo de Bomberos Voluntarios de Paraguay y que también lo llevó a ser comandante del Cuerpo de Bomberos de Rauco, en la Séptima Región del Maule. Actualmente, luego de haber pasado también por Argentina, está radicado en Uruguay, donde insiste en su vocación de siempre: “Para mí ser bombero es todo, es un estilo de vida. No es solo ser voluntario, es más que eso. No todos pueden serlo, por más que lo intenten. El bombero no se hace, por más cursos que realice; el bombero nace y se va perfeccionando en el camino”, sentencia a la distancia.
Apenas Raúl de la Jara se integró a la compañía, en enero de 1972, su hermano Omar fue escogido como capitán del Cuerpo de Cadetes. “No sé por qué me eligieron, si yo al principio no tenía nada que ver en el asunto”, recuerda con humor Omar de la Jara, quien insiste en que su hermano mayor y Víctor Hugo Fernández, quien había participado previamente en una organización similar en el Cuerpo de Bomberos de Ñuñoa, fueron los verdaderos fundadores de la Brigada Juvenil de la Decimoctava Compañía. “Víctor Hugo también llevaba la vocación en la sangre, luego se fue a Canadá, se incorporó a los bomberos rentados de ese país y ha tenido una prestigiosa carrera profesional, al punto que el gobierno canadiense le ha conferido tres medallas de honor por distintas razones”, apunta.
De aquellos primeros años como brigadier, Omar de la Jara recuerda con especial énfasis el tipo de preparación recibida. “A mí lo que me marcó hasta la fecha y lo que echo de menos en la actualidad es la marcialidad de los bomberos. En el trabajo formativo del Cuerpo de Cadetes, el capitán Jorge Jiménez, quien había estado poco antes de la Escuela Naval, le daba mucho énfasis a la formalidad de la fila, a la marcialidad que debían tener los voluntarios. Nosotros como brigadieres participábamos activamente en esas actividades y aprendimos lo que sabemos hasta el día de hoy. Realizábamos cruces de líneas y filas, giros sobre la marcha, cosas que en el presente no se practican y que para nosotros eran ejercicios normales. Como cadetes hacíamos presentaciones de doctrinales de escala, manejos de escalas en que las instrucciones se daban con un pito. Me acuerdo de que en la plaza Arturo Prat hicimos una presentación que salió perfecta”, evoca.